sábado, 8 de diciembre de 2007

Parte de la misa.


Se encontraron una vez más y prosiguieron el ritual sin preámbulos. Ella sirvió la copa de vino para dos que equitativamente se tomaron entre pecho y espalda, justo en medio del alma (siempre iban contra viento y a favor de lo que marea). Desde que lo probaron la primera vez, esta costumbre iba a misa en cada encuentro. Fue en el génesis de la relación que lo utilizaron para avivar el vapor que se requiere para excitarse sin las nervaduras de la primera vez (sobre todo fue una catapulta que rompió el fuerte de la virginidad). Relacionado a él, porque de ella podemos decir que sabe más por vieja que por diabla, según satánico y viejo dicho. Con quince años de diferencia, y los veinte que él tenía, todavía parecía existir una diferencia de inocencias. Aunque ahora disfrutaban casi sin diferencias de una prebenda sexual mutua. Es decir, la sinecura (en este caso por trabajo que procura deleite) era dada y recibida entre los dos. Solo por los dos.

Un fondo blanco y la sangre hirvió entre estas dos serpientes que se enredaron haciendo caso omiso a su naturaleza. Se ofrecieron cara a cara, enfrentadas con sus lenguas también enroscadas (un caduceo, donde la vara que los separaba, eran sus propias individualidades). En medio de una batalla de telas blancas que serán mancilladas retroceden en su evolución fantástica. Ahora son dos dragones que se muerden salivando rabias medievales. Sus fauces expiran fuego y los fuelles avivan el aliento caliente con bálsamos salivosos expuestos y dispuestos a ser transfundidos. Miradas furtivas concentradas, donde lo efímero es fotograma en la película de la memoria. Enredo, mucho enredo. Almas amalgamadas ortodoxamente de acuerdo.

Ella detuvo la acción parándose junto al borde de la cama, observando como se cocía su pollo. Su cena. Su pollito desplumado.

Desnuda y jadeante, recogiéndose el pelo frente a él, como preparándose a una pueril pelea sin el arbitrio de algún adulto vigilante, sin las normas establecidas por terceros, escupió jocosamente:

- Preparate puto, que te voy a deshuesar.

Mientras, el pollo, también desnudo, que se había sentado para contemplarla con indisimulada lascivia, le sobó los muslos con palmadas y risas cortas; la sobró; le pellizcó los cachetes a mano entera y se expresó indisciplinadamente:

-Hay temblores que se ven y se sienten (lamió su muslo delantero izquierdo. A su derecha), y siguió:

-Que te hacen temblar. Ahora somos dos temblores como dos gotas de agua que en el camino se han unido y se convierte en una gota más gorda-.

Se la sube con un gesto de palmadas a su regazo (hechas en el muslo posterior derecha. Su izquierda) y continua:

-Ahora somos un gran temblor dentro de un mundo que hicimos entre los dos-.

Y continuó con enciclopédica experiencia:

- Y no podemos ver lo que nos es insignificantes a nuestro tamaño. A lo mejor puede que nos estén rezando para que pare el desastre-.

Esta manera de expresarse cuando hacían el amor, era juego que principió ella, puesto que a ella le gustaba más el teatro que el sexo en si mismo, es decir, mientras duraba la acción, le excitaba, o mejor dicho, se sobreexcitaba con las palabras provocativas que estimulaban las lenguas viperinas. Y aunque requiriese un poco de concentración la lectura de las palabras que se enuncian oralmente, y se necesitase mirar inquisitivamente gestos y miradas para que provoquen mas gestos de los orantes y así tener mas pistas, descifrar dobles sentidos de los dichos, descubrir pifias que intentan desconcertar o llevar a una dirección adecuada por el manipulador de palabras, a leer, en cierta manera con esas herramientas de la mente, el pensamiento, porque no siempre las palabras dicen todo lo que se dice, ya que siempre decimos con el inconsciente metáforas que nos son indescifrables hasta para quienes las pronunciamos (mucho más lo son para quienes nos escuchan), o las concientes que difícilmente puedan ser descifradas con la atención adecuada a quienes están dirigidas, aun así, todo se justificaba con la sal que prolonga el goce.

Era parte del juego. Parte de la misa.

Ella responde con indulgencia a sus palabras y con maneras indisciplinadas (sin romper con el estilo) agregó:

-Los seres insignificantes rezan por los placeres de los dioses, a nuestro capricho; de todas maneras tenemos y tienen suerte que no podamos verles, así no podremos ver nuestras equivocaciones que sobre ellos caigan al azar ni tampoco con nuestras divinas decisiones. Además, conseguimos con el misterio que no nos puedan juzgar. Con el misterio reforzamos la adoración y el placer. Nuestro elixir final será nuestro néctar, nuestros fluidos nos embriagaran, serán nuestro sedante, nuestro gas de la risa de una risa irisada-.

La replica, arma siniestra, era su llave para permitir que él continuara, que sin pausas resuelve el enunciado provocador:

-Si de verdad encontrás belleza en el misterio, diría que sos una morbosa, una mentirosa y también una falsa-.

La agarró del pelo cerca del cuero cabelludo para verla de frente, y ella traducía la acción con una expresión de dolor dulce, abriendo levemente la boca, mostrando su pequeña lengua de almeja rodeada de la ictericia tabaquera de sus perlas.

La observó con gusto y continuó:

-Porque veo en tu cara un placer; un placer que encontrarías en la belleza del misterio que vos hablas, si tu enunciado es verdadero. Dejarías en Él y en sus manos nuestra relación. No seria carnal, sino imaginativo y por ende misterioso. Los fluidos serían quimera en medio de un aquelarre salvaje y sin sentido. Tendrías una imaginación capaz de salvaguardar esa embriaguez.

Las fichas del ajedrez latían y se movían, se lastimaban a conciencia, a placer, a gusto del consumidor.

Se metieron en la cama. La habitación estaba sombría, suavizada con luces tenues que venían del costado izquierdo de la cabecera de la cama, luces que dibujaban así unas sombras chinescas en las cortinas onduladas. Andrés se sobrepuso en ella, y se instó a los manjares protegidos entre las columnas paralelas que mágicamente se arquearon hacia los laterales como si de ancas de rana se tratase. Expuesto el manjar, el comensal se dispuso a catar el fruto prohibido, cuyo sabor a sabiduría del bien y del mal no le hizo sonrojar ni avergonzar de su propia desnudez.

Entre sollozos, ella lo tomó con ambas manos por las orejas para verle la cara. Él tenia sus ojos como las de una hiena en medio de una orgía putrefacta en vigilia de la avenida de los posibles camorreros. Con una sonrisa de satisfacción ella le dijo:

-Hoy soy todo poros.

Lo atrajo hacia sí para morderle los jóvenes labios. Luego el mancebo se soltó para presentarse frente a los hinchados pezones. Un manjar porno pop, con grititos muy de los ochenta, estéticos y extravagantes.

Una mosca en el cielo blanco y raso, era el único testigo estático que desencajaba en la escena.

Ella deseaba meterselo dentro, entero, carne y hueso, como una bacteria gigante, como un parásito, como un elefantiásico bebé, quería parirlo hacia dentro, encapsularlo y explotar en pedazos, y que cada pedazo fuese testigo estático de la escena. Él entró. No como bebé, ni parásito, ni siquiera como bacteria. Ella explota igual. Con quejidos y arañazos en la espalda ajena, una espalda enajenada de prever los peligros, ella traducía así su agradecimiento.
No hay placer sin dolor. No hay dolor que no produzca morbo en este juego. No existe el morbo si no hay placer y dolor. Son las fichas del ajedrez, de un ajedrez latente y viviente, cada movimiento era defensa y ataque.

-No soy ni mentirosa, ni falsa. Solo soy morbosa. Necesito tanto la imaginación y la acción, como también el misterio que lo envuelve.-
Las frases volvían como oleadas, como las oleadas que su cuerpo convulsionaba en latigazos eléctricos.

-¿Y que es el morbo según vos?-

-El morbo es una herida abierta y un palo que la remueve, y es indistinto quien es quien según los elementos, lo que sí importa es que se produzca la conjugación entre sí, y quienes sufran...(levantó sus cejas) gocen a la vez. Como nosotros- sentenció.

-Excelente definición, pero insisto ¿Quién es quién en nuestro aquelarre?-

-Nosotros somos ambas cosas, que nos removemos mutuamente la herida. Yo la tuya y vos la mía-.

-Pero yo no sufro, solo el placer me llama-.

-El placer que te llama subyuga tu herida, de una manera subrepticia y delicada a la que no te deja percibir tu sufrimiento agradable. Será que la parte agradable del sufrimiento, es tan grande, que no te deja sentir con suficiencia el dolor -.

Andrés la giró, se arrodillo tras ella, la agarró por la cintura y le levantó el manjar dividido. Observó el centro de su atención conjugándolo con el bamboleo mientras ella le observaba, cabeza en la almohada, como el orgásmico final se llevaba mediante convulsiones, la energía que inicio todo esto.

Cuando acabaron, y con las sábanas ya mancilladas, a él le cubrió un sopor que lo lanzo a un costado de la cama producto del cansancio. Al poco su rostro oscureció lúgubremente.

Ella se acercó y le besó la oreja. -Estuviste muy bien Andrés- le dijo con sinceridad. Ella no sabía lo que el sí sabia, y aun ignoraba lo que le entristecía desde temprano pasado.

A él, una tormenta oscura, cargada de potente electricidad le anegó rápidamente en forma de ira. Una ira, que con un destello inesperado de un rayo, actuó absorto en capital pecado.

Se giró, la empujó y empezó a estrangularla con brío y lascivia. Ella iba gozando (para su propia sorpresa) en el camino que la llevaba a su única agonía. Sus lágrimas rodaban desde el rabillo de los ojos hasta las orejas dejando surcos negros del rímel. Los dedos de sus pies se abrieron como abanicos y sus piernas patalearon como por un capricho pueril. Sus manos asestándoles golpes en la cabeza dejaron rastros de dolor en la cara rayada de sangre, y con la sensación de un final álgido... murió.

Andrés se levanto de la cama y la miró. Encontró que las diferencias de inocencias se disiparon. Vió la belleza del cadáver y la interpretó como arte de la casualidad. Con los ojos abiertos y la lengua añil por falta de sangre. Sus piernas, por una última voluntad de vida, eran otra vez columnas paralelas, pero esta vez más estiradas. Sus brazos cerca de su cuello marcado vaticinaban la inútil defensa.

Se encontró excitado de miedo y decidió excitarse con los vapores alcohólicos del vino sobrante de la botella. La sorbió sin pausa creyendo que iba aliviarle del común sopor de las pesadillas. Corrió la cortina, abrió la ventana del dormitorio y absorbió aire con espasmos asustados (sin saber que la realidad es una fantasía caprichosa). En ese instante salió la mosca volando al exterior. Una mosca que nació dentro de la casa por hecho casual de la vida (una casualidad dentro de otra). Un vuelo al exterior que resultó ser el hecho mas trágico de esa habitación en esa noche de verano, en esa casa situada en ese pueblo de la provincia de Buenos Aires, en ese país llamado Argentina en un mundo titulado como la Tierra, dentro de una galaxia bautizada como La Vía Láctea...todo esto perdido en el inextricable espacio.

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